Esta semana es feria en Sevilla, ni siquiera sé cuál es la portada éste año...tampoco lo quiero saber. Es la primera vez desde que estoy en Andalucía viviendo que ni siquera un día me paso por allí. Esta despedida agónica de la ciudad me está matando: no coges un día todas tus cosas y te marchas, sino que poco a poco todos se van yendo y cada vez que regresas, le falta un trocito.
No sabemos dónde iremos y, enmedio de la incertidumbre, hay que seguir trabajando. Y cada mañana cuando suena el despertador, me descubro de nuevo preguntándome qué narices hago aquí un día más, incapaz de concentrarme para siquiera leer un libro con lo gran lectora que fuí siempre. Nada me importa, todo va muy lento aquí y me dá lo mismo. Es como el día de la marmota. Llegas a trabajar, todos hablan de su fin de semana, de cómo redecorarán el salón, de la profesora de inglés de sus hijos...y la pregunta "¿te aburriste mucho éste fin de semana?, cómo estás tan sola...", luego el día termina y todos corriendo a ver a la familia...yo, no tengo prisa en recorrer de nuevo el mismo camino a casa oliendo a almazara (ya odio ese olor), las mismas cuatro paredes esperándome calladas, el chirrido de las cuerdas de tender de la vecina... a esperar que llegue el mejor momento del día, el de marcharse a la cama para quedar inconsciente algunas horas al menos. Lo intento, lo juro: por primera vez en mi vida...no puedo.